martes, 7 de junio de 2011

La luz del alba sorprendió Shahrasad y ella dejó de hablar.








Un  alba tensa y silenciosa se asomaba tras las frondas. Era el momento, el día señalado, no se puede leer una maravillosa historia pretendiendo ignorar su final. El sol mismo que se detuviera en el firmamento cansaría a los hombres. El arco ha de ser disparado y la flecha alcanzará el  rojo corazón del propio arquero.
--Alea iacta est. Desaparecerá para mi  esa belleza que ruboriza a la propia beldad, se desvanecerán las estrellas que reían a su paso.

Me levanté despacio apagué las luces que aún quedaban y me desvestí de las piezas maltrechas de mi arrogancia, limpié los restos de sangre de mis labios. Lo destruí todo, nada de pruebas. A los que permití sobrevivir los insulté, escupí, mentí, les hice sangrar, eché sal a sus heridas… después lloré.

Subí al esquife y corté las amarras. Sólo un fanal marcaría la derrota del navío a través de la Estige. Ni Caronte ni Cervero observaron mi vuelta. Mis ojos vieron la tiniebla conocida, mis poros volvieron a respirar el goce repetido.  Sólo por un momento recordé el  templado estío de los frutos pero pronto lo rechacé, yo soy Perséfone, soy la Reina de la Noche y el eterno roce de las carnes es mi destino. 


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