miércoles, 15 de agosto de 2012



Nada más decir la última palabra se dio cuenta que le echaría de menos. Bajó a la playa cuando el sol se acercaba al horizonte y se mezcló entre los cuerpos semidesnudos. Hacía calor y su mente se vació para sólo observar las pieles jóvenes y bronceadas. A la hora indicada subió a casa para comer alguna sopa vegetal descongelada. Tomó su medicación y se preparó para dormir. Mientras fumaba el cigarrillo obligado, se arrepintió.
El oleaje de la mañana le despertó y le acompañó mientras preparaba el desayuno pero el comer sólo agrandó ese vacío que le acompañaba cuando subía al destartalado supermercado donde se hacía del avituallamiento que conseguía mantenerle en ese estado de vida suspendida. Nunca percibió algún otro cliente ni se fijó en la cara de la cajera, cajero o cualquier otro espécimen que le entregaba el ticket de su deuda.
La nostalgia le acompañaba cuando tomaba un libro que no leería o al coger la silla pequeña y roja para bajar a la orilla y observar. Nada a su alrededor más que carne grasienta tumbada al sol. La más cercana era una señora oronda sumida en un profundo sueño acompañada de una niñita; nunca ha sabido distinguir edades pero calculó que ésta era casi de las que se suelen llamar bebé, aunque ya caminaba torpemente en dirección a la orilla. Deseó que fuese engullida por las olas y ver ese pequeño trozo de carne muerta flotando con la marea, después lo olvidó. Siempre lo olvida todo menos el vacío; pasa la vista de una cosa a otra  que también olvidará para buscar un nuevo motivo donde posar su imaginación.
Cuando el sol le quemaba la curtida piel recogió su silla y el libro y se metió en el bar donde el camarero le sirvió una botella de vino frío. Lo tomaba todos los días en la misma mesa, frente al mar, en el que clavaba los ojos hasta que se le volvían vidriosos de alcohol y pena.
-no tenía más remedio. Era sólo un juego engañoso.
Marchó a casa tembloroso, preparó su comida y durmió la siesta. Soñó que soñaba despierto y que reía, pero despertó echándole de menos.

En su vida nunca había necesitado pedir perdón, lo tenía concedido por adelantado gracias a su sonrisa limpia y a sus ojos que destellaban sinceridad. La juventud había derramado todos sus dones en él y los utilizaba en su provecho sin romper la alegre magia que irradiaba. Nunca amaba, se dejaba amar entregando su belleza y cuando alguien se lo reprochaba respondía que el amor no se construye, no se inventa, es algo que te arrastra a los abismos o no es. Algunos se dolieron, sufrieron su superficialidad pero disfrutaron su cuerpo, lo único que fácilmente entregaba a quien lo requería.
Disfrutaba de la vida como de un supermercado donde todo era gratis y estaba expuesto solo para él.
Los años pasaban y él continuaba extrañamente joven y lleno de todas las alegrías,cuidando de su pellejo y de que su corazón permaneciera lo suficientemente frío, a salvo de caros amoríos. Pero un día su arrogancia insultó a los dioses.
Un día amaneció allí, en aquella ardiente playa. Creía recordar dolor, muerte, llantos y olvidos pero ni dónde ni cómo. Se adaptó a la monotonía de su nueva vida en la que vivió eternamente recordando palabras, actitudes y poses que nunca supo a quien pertenecían pero que le creaban un hueco en el estómago que él rellenaba con vino mientras miraba la eternidad del mar.