martes, 19 de enero de 2010

proserpina


¿Pero alguien se había creído la historia de que fui raptada por Plutón? Fui yo misma la que harta de soportar a la rústica de mi madre opté por marcharme al inframundo para vivir algo de aventura.
No me fue difícil, un día de los que la matrona labriega me mandó al campo a recoger flores tuve la suerte de encontrar una gruta que llevaba directamente al centro mismo del averno. Los simples dicen que el tártaro es el fin, la conclusión de los placeres de la vida pero conclusión es sinónimo de consumación y realmente aquí se consuma y se consume la vida con la alegría que impone el acontecer en el filo del abismo.
La laguna Estigia es absolutamente “cool”, con esos tonos grises de fulgores irisados, Caronte me pareció de un empaque regio en su desapego, las Parcas visten de lo más “fashion” del abismo; pero lo más fascinante es el franco roce de las pieles y las carnes religadas en el ardor de una danza sin lapso.


Me dicen que mi madre recorre los caminos y los medios invocando mi vuelta al mundo luminoso pero no volveré jamás. Estoy harta de florecer para fenecer, harta de resecarme a la vista de los ociosos, harta de ser coartada para necios deslices junto al estío de los frutos. Jamás volveré a mostrarme a un cielo que sojuzga los goces íntimos, nunca retornaré porque reniego de una resurrección que es sólo ficción del devenir que encubre nuevos tránsitos, muertes pequeñas que se ocultan tras sahumerios eclesiales.


Nunca retornaré porque soy la reina de la noche y eso…eso es mucho.

domingo, 17 de enero de 2010

Un día despejado de otoño, a esa hora incierta en que el cielo adquiere matices violáceos, me deleitaba con la visión que me ofrecía el perfil de una magnífica catedral gótica. La veía desde esa distancia que, otorgándole perspectiva, permite una mirada atenta pero respetuosa; advirtiendo sus aires y sus piedras, sus bóvedas, sus arcos, sus realces y sus pináculos. Sus relieves, magníficamente labrados en los tímpanos de sus puertas se acompañaban de gloriosas esculturas de santos, obispos y ángeles.
-Es nuestro Patrimonio- pensaba yo. -Nuestros antepasados, allá por los lejanos siglos de finales del medioevo, trabajaron años, todas sus vidas quizás, para concedernos este grandioso legado, este hermoso cofre donde pusieron todas sus ansias, sus afanes, sus esperanzas…sus vidas-.


Pero súbitamente desperté. Es mentira. Es completamente falso. Es un perfecto decorado, un rito recreado a imagen del espectador contemporáneo, es algo así como celebrar la ceremonia japonesa del té sin tener idea de sus significados. Es una reproducción bella y vacía de algo que fue real.
Las catedrales góticas que hoy observamos desde una plaza que le ofrece perspectiva, a la que podemos rodear para poder ver de cerca, admirar la textura de la piedra en que están construidas, esas a las que la puesta de sol hace resplandecer con teatrales efectos lumínicos, bellos, maravillosos, pero que no tienen nada que ver con la que crearon aquellos diligentes antepasados, ni siquiera la que observaron sus sucesores. El patrimonio cambia con las generaciones y cada una agrega o resta, valora o desprecia lo que ha heredado. Notre Dame de Paris se convirtió en el paradigma de catedral gótica francesa en el siglo XIX tras la profunda actuación de Violet Le-Duc. ¿Sería más bella antes? ¿Más medieval? ¿Más patrimonial?. Si lo fuera también lo serían todas las catedrales góticas francesas sobre las que se actuó siguiendo sus directrices. Sería la catedral de Sevilla más auténtica si le quitamos todos los añadidos que el largo romanticismo hispalense le agregó? ¿Sería más patrimonial si volviéramos a plantar las casuchas que colmataban sus muros? ¿Si construyéramos loa aseos públicos que durante siglos ocuparon la Plaza Virgen de los Reyes? ¿Si cegáramos la visión que hoy tenemos desde Mateos Gago? ¿Sería más patrimonial, más auténtica? ¿Para quién?


El patrimonio monumental atiende siempre a las razones del presente. Todo presente recrea su pasado y los movimientos burgueses del XIX fueron un paradigma en la reinvención de la nación, de la lengua, de la propia historia y con ello de su patrimonio. Crearon una nación que fuera su feudo, revisaron un idioma que les permitiera reconocerse y se apropiaron de un patrimonio inmobiliario que había pertenecido, o aún pertenecía, a la nobleza y al clero. Hoy, en el siglo XXI, aún pretendemos seguir adornando nuestro pasado: le agregamos vitolas, escudos de armas o poetas musulmanes pero soslayamos o empequeñecemos la sangre y el horror de que está impregnado. Limpiamos, embellecemos, reedificamos, damos esplendor a una ciudad, a un país, a una historia que nunca existieron pero que otorga seguridad y nobleza. Nuestras raíces son falsas y los bellos monumentos que mostramos no revelan más que nuestra arrogancia actual. Nada tienen que ver la fábula con la historia y sí con el caminar del tiempo sobre el que estamos. Las catedrales góticas, llenas de un público apresurado no son más que cascarones vacíos. Las iglesias barrocas son el escenario de una representación acabada; las plazas, las vistas, las perspectivas están hechas a la medida del objetivo del video, o de la cámara digital que son las únicas que las miran, las observan y las retienen para mostrarla a la vuelta.


Como dice FranÇoise Choay, “actualmente cualquier edificio, sea cual sea su función, puede ser convertido en arte por los medios de comunicación”. Lo que hoy citamos como monumento, patrimonio admirado de las ciudades monumentales, es un edificio que se erige en un momento determinado con un fin también determinado; que ampara unas necesidades que determinan su ubicación y su forma y que es consumido, amado u odiado por su función; el problema es que nunca se pensó en su valor como mercancía cultural pero no gozaba de las necesidades que la industria turístico-patrimonial actual requiere. Los protegemos y, para hacerlos rentables (palabra mágica de nuestro siglo) aportamos nuestro grano de arena al Patrimonio futuro, la rentabilidad, el edificio postal, el merchandising…por suerte estos bienes intangibles desaparecerán, espero, en cualquiera de los vaivenes de la economía de mercado y los edificios patrimoniales se readaptarán a un nuevo uso, se derribarán porque no nos interesa ese pasado o se convertirán en cáscaras vacías para el turismo de masas.
Entonces, ¿qué es el Patrimonio?
Lo que tú quieras, y cállate ya, pareces Pepito Grillo.