domingo, 19 de diciembre de 2010




EL EFECTO PIGMALIÓN
Me encontré el otro día con un amigo que me conoce bien. Sabe que no soy altruista, que soy dueño de un egoismo generoso que necesita ayudar a quienes le rodean para que desarrollen todas sus posibilidades y virtudes. Me preguntó, y le conté, sobre alguien en quién veía una inteligencia retraida y como le empujé a que encarase sus miedos para ser grande. También le hablé de una chica que se encuentra perdida porque su sueño se ha topado con una realidad abstrusa que le incapacitaba para realizar sus sueños y cómo descubrió sus dotes y poderíos. También le hablé de aquel que se encontraba sumido en la inseguridad del ser que piensa no tener atractivo, que jamás se sentiría merecedor de ser querido como hombre; le hablé de cómo, su propia inseguiridad le podría servir como valor de seducción. Le hablé de una mujer que tras una desgracia vital necesitaba sentir el abrazo de alguien que le diera apoyo en las flaquezas, a la que llevé a Venecia a pasear un inverno junto a los canales y entendió que nunca debería sentirse sola otra vez; pero también le hablé de un fracaso.
Alguien de quién creí que tenía fuerzas y belleza para encender las farolas de los lugares por donde pasaba, para ser admirable y admirado, para ser genial, para ser un hombre... Ese es mi fracaso su desconfianza hizo que confundiera generosidad con deseo, que a cada intento de darle impulso respondiera con arrogancia... Es odioso sólo encontrar desconfianza, latrocinio, rivalidad, reservas e insolencia. Es frustración porque le llegué a amar y viendo un principe perturbador al que quise espolear para que encontrara su más alto destino, sus propias potencialidades, sólo conseguí enfrentarme a la impertinencia del iletrado, y a la ofuscación del miope. Y es que Pigmalión siempre fracasa cuando confunde la realidad con el deseo.